Los áridos utilizados en construcción forman parte esencial de casi cualquier obra moderna.
Sin embargo, su extracción y uso continuo tienen un impacto ambiental importante.
Conocer estos efectos y cómo reducirlos puede marcar la diferencia en la construcción sostenible.
Los áridos son materiales granulares que se utilizan en múltiples aplicaciones de obra.
Ejemplos comunes incluyen grava, arena, piedra triturada y gravilla.
Se usan en grandes volúmenes para fabricar hormigón, morteros, aglomerados asfálticos y bases estructurales.
Según asociaciones del sector, los áridos representan alrededor del 60% del volumen de los materiales de construcción.
Esto significa que son los más utilizados, por encima del cemento o el acero.
Y, aunque parezcan recursos abundantes, su extracción genera efectos medioambientales significativos.
El proceso de extracción es el origen principal de los efectos ecológicos adversos.
Las canteras y graveras alteran directamente el paisaje natural.
También influyen en la biodiversidad, el agua y la calidad del aire.
La creación de explotaciones destruye la estructura natural del suelo.
Se eliminan capas superficiales, lo que impide que vuelva a crecer vegetación espontáneamente.
A largo plazo, esto provoca erosión, pérdida de fertilidad y cambios en el ecosistema.
Las áreas de extracción interrumpen hábitats de especies vegetales y animales.
Algunas de estas especies pueden estar en peligro o ser endémicas.
Y cuando el daño es grande, las consecuencias pueden extenderse a cientos de metros a la redonda.
La maquinaria pesada empleada en la extracción genera ruido constante.
Además, los procesos de trituración y transporte generan polvo y emisiones de dióxido de carbono (CO₂).
Este polvo puede afectar a las vías respiratorias de trabajadores y comunidades vecinas.
Muchas explotaciones requieren grandes cantidades de agua para lavar los áridos.
En zonas con estrés hídrico, este consumo puede generar tensiones ambientales y sociales.
Estos impactos no solo se limitan a la fase de extracción.
Cuando se trasladan los áridos, se usan vehículos pesados que generan emisiones y degradan caminos rurales.
Además, muchas de estas explotaciones no son rehabilitadas correctamente.
Eso genera espacios abandonados con suelos degradados o contaminados.
En zonas urbanas en expansión, esto puede crear conflictos entre urbanismo y medio ambiente.
Por ejemplo, en países del Mediterráneo, se han registrado casos donde graveras ilegales afectan ríos y acuíferos.
Estos ejemplos muestran los riesgos añadidos cuando no se respetan las buenas prácticas.
Aunque los áridos sean esenciales, existen formas eficientes de reducir su huella ambiental.
Mediante políticas adecuadas y uso responsable, es posible cambiar su impacto positivo.
Veamos cada una en más detalle a continuación.
Al demoler una obra, se pueden recuperar materiales para generar áridos reciclados.
Esto evita extraer nuevos recursos y reduce residuos de demolición.
Un buen ejemplo son las plantas móviles que trituran restos de hormigón y ladrillo en el propio lugar de obra.
Luego, estos se usan como subbase en nuevas construcciones o como relleno.
Además, los áridos reciclados suelen tener un coste inferior al natural.
Esto hace que sean ideales en proyectos de gran volumen como carreteras y obras de urbanización.
Algunas empresas están explorando materiales alternativos como escorias siderúrgicas o residuos cerámicos.
También se investiga el uso de productos vegetales como cáscara de arroz o fibras naturales mezclados con hormigones especiales.
Estos recursos no solo evitan la extracción, sino que además aprovechan materiales que anteriormente se desechaban.
Es obligatorio en muchos países restaurar el terreno una vez finalizada la explotación.
Esto consiste en replantar vegetación, crear zonas naturales o incluso reconvertirlas en espacios recreativos.
Un caso emblemático es una antigua cantera en Madrid convertida en una reserva de aves y zona verde urbana.
Acciones como estas no solo eliminan impactos negativos, sino que devuelven valor social al terreno.
En el municipio de Igualada, en Cataluña, existía una gravera abandonada desde la década de 1980.
Ubicada cerca de un cauce fluvial, esta zona acumulaba basura y erosionaba lentamente con el paso de los años.
Gracias a un proyecto de recuperación ambiental impulsado por la administración local y varias constructoras privadas, comenzó una transformación ejemplar en 2015.
Primero, se retiraron escombros ilegales y se realizaron estudios del suelo.
Luego, se trazó un plan para reconvertir la gravera en un parque periurbano natural.
Se desarrollaron caminos de tierra compactada y se instaló iluminación solar.
También se introdujeron especies vegetales autóctonas para estabilizar el terreno y proteger la fauna local.
Hoy en día, esa vieja gravera es una zona de ocio ecológico visitada por cientos de familias cada semana.
Este caso demuestra cómo incluso zonas gravemente degradadas pueden renacer con visión sostenible y compromiso.
En términos prácticos, los áridos seguirán siendo necesarios durante décadas.
Pero su consumo debe redirigirse hacia fuentes más circulares.
La economía circular en construcción promueve la reutilización de materiales y la reducción de materias vírgenes.
Esto abre un enorme potencial para empresas innovadoras del sector.
De hecho, cada vez más constructoras integran sistemas de seguimiento ambiental en todas sus fases para cuidar su impacto.
Se estima que entre el 20% y 30% de las emisiones vinculadas a los áridos proviene de su transporte por carretera, especialmente cuando se llevan desde canteras alejadas.
Los áridos reciclados reducen residuos de construcción, exigen menos materias primas y tienen costes más bajos que los tradicionales, con buen rendimiento técnico en muchas aplicaciones.
En la Unión Europea, la Directiva de Residuos de 2008 y el Pacto Verde Europeo exigen minimizar el uso de recursos y promover el reciclaje.
También existen normativas locales y autonómicas sobre rehabilitación de canteras y licencias de explotación.
Las consecuencias incluyen contaminación hídrica, degradación del paisaje, pérdida de biodiversidad y riesgo de accidentes ambientales o humanos.
Puede exigir a sus proveedores el uso de materiales certificados, reciclados o de bajo impacto ambiental y priorizar empresas con compromiso sostenible.
Además, informarse sobre la procedencia de los áridos es clave para tomar decisiones responsables.
En resumen, el impacto ambiental de los áridos en construcción es real pero evitable si se adopta una gestión responsable, eficiente y ecológica.
Las constructoras que integran estrategias sostenibles en el manejo de áridos no solo reducen costes a largo plazo, sino que también participan activamente en la protección del entorno.
Y en un mercado cada vez más consciente, esta es una ventaja competitiva que no debería subestimarse.
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