La calidad del concreto depende de muchos factores, y uno de los más olvidados pero determinantes es el nivel de humedad que contienen los áridos.
Un pequeño descuido al calcular este componente puede comprometer la resistencia, durabilidad y trabajabilidad de toda la mezcla.
Para cualquier profesional del sector de la construcción, entender este detalle técnico es clave para garantizar resultados óptimos en cada obra.
Los áridos, como la arena y la grava, actúan como esqueleto del concreto.
Consumen el mayor volumen dentro de la mezcla, por lo que cualquier variación en su contenido de agua afecta significativamente las proporciones.
Cuando un árido está húmedo, ya contiene una cierta cantidad de agua que no es visible a simple vista, pero que influirá en el contenido total de agua de la mezcla.
Esto quiere decir que, si no se tiene cuenta esta humedad, terminaremos agregando más agua de la necesaria.
Y ese exceso conduce inevitablemente a un concreto más débil y con mayores riesgos de fisuración.
En cambio, si los áridos están secos y no se ajusta la fórmula, el concreto quedará rígido y difícil de trabajar.
Antes de mezclar, es fundamental conocer en qué estado se encuentran los áridos.
Existen cuatro estados posibles dependiendo de la cantidad de agua en su superficie y estructura interna:
Los problemas más comunes al preparar concreto surgen cuando se trabaja con áridos húmedos sin ajustar la cantidad de agua en el diseño.
En esos casos, el agua libre en la superficie se suma al agua de amasado, alterando la relación agua-cemento.
En obras pequeñas, muchas veces se dosifican los materiales por volumen y no por peso.
Eso puede llevar a que la humedad en la arena, por ejemplo, pase desapercibida, ya que un balde lleno de arena húmeda pesa más que uno lleno de arena seca.
Esto se traduce en que, al usar una medida estándar (como un balde o una carretilla), podríamos estar usando más material del necesario.
Y también, una mayor cantidad de agua no controlada, que se traduce en un concreto de baja resistencia.
Por eso, incluso en construcciones sencillas como viviendas familiares, es crucial controlar la humedad de los áridos.
Imaginemos una situación habitual en una obra residencial en primavera.
Durante varias semanas ha llovido de forma intermitente, y el acopio de arena se encuentra al aire libre.
El encargado de la mezcla usa las mismas proporciones que en invierno, sin contemplar que los áridos están húmedos.
El resultado es un concreto más fluido de lo normal, fácil de trabajar, pero con menor resistencia que la diseñada inicialmente.
Al cabo de unos meses, aparecen microfisuras en muros de carga y se deteriora el recubrimiento del acero.
Tras revisar los análisis, se descubre que el contenido de agua se incrementó un 8% debido a los áridos mojados, y eso redujo la resistencia final del hormigón hasta en un 15%.
Un descuido mínimo provoca un daño estructural costoso de reparar.
La proporción entre agua y cemento (relación a/c) es la variable más sensible en el desempeño del concreto.
Cuando la humedad de los áridos aumenta, también lo hace esta relación, lo que lleva a:
El exceso de agua retrasa los tiempos de fraguado inicial y final del concreto.
Esto complica la programación de las obras y puede afectar la calidad del curado.
Un fraguado demasiado lento aumenta el riesgo de fisuras térmicas y problemas de adherencia con otros elementos estructurales.
Una buena práctica en obra consiste en realizar pesajes y pruebas de humedad diarias a los materiales.
Incluso métodos simples como el «método del tarro» pueden ayudar a estimar el contenido de humedad.
Este sencillo análisis permite ajustar la cantidad de agua a añadir en la mezcla para mantener constante la relación a/c.
En plantas dosificadoras, se usan sensores y sistemas automáticos de medición más precisos, pero incluso en obra manual es posible mantener el control técnico.
Puede parecer que una variación de humedad no implique problema mayor, pero las consecuencias económicas son notables.
Rehacer elementos mal ejecutados o reforzar estructuras por un mal concreto implica costos muy elevados.
Además, se incrementa el consumo de recursos: agua, cemento, energía y tiempo de obra.
Desde el punto de vista ambiental, un concreto mal dosificado también incrementa la huella de carbono del proyecto.
Evitar la pérdida de calidad desde el inicio es una estrategia básica en la eficiencia constructiva.
Dependerá de las condiciones climáticas y de almacenamiento, pero se recomienda hacerlo al menos una vez por jornada o cada vez que cambie el lote.
La arena o árido fino es la que más absorbe agua y suele tener mayor variabilidad en su contenido de humedad.
Una mezcla muy fluida, brillante o que segrega agua en la superficie suele indicar exceso de humedad.
También se nota durante el fraguado, que se vuelve lento y poco consistente.
No es recomendable.
Aumentar la dosis de cemento para «compensar» exceso de agua puede desequilibrar la mezcla, elevar costos y empeorar otras propiedades.
Sí.
Un concreto con exceso de agua tiende a evaporarla más rápido, dificultando los métodos tradicionales de curado y dejando más poros internos.
Es posible ajustar la mezcla agregando más áridos secos o reduciendo el agua de adición.
Si ya está colocada, vigilar con mayor intensidad el curado y analizar la resistencia con ensayos a posteriori.
Documentar lo ocurrido es clave para evitar repetir errores.
Uno de los aspectos más importantes para prevenir fallos relacionados con la humedad es la formación del personal.
Muchas cuadrillas carecen de conocimientos técnicos sobre cómo ajustar una mezcla en función del estado de los materiales.
Realizar talleres breves, con ejemplos prácticos puede evitar enormes pérdidas.
Recordemos que un concreto bien preparado depende tanto de los materiales como del criterio humano al dosificarlos.
El control de calidad empieza desde la arena.
En resumen, el control de la humedad en los áridos es tan importante como la elección del cemento o el tipo de curado.
Su impacto en la resistencia, trabajabilidad y durabilidad del concreto es directo y, si se descuida, cuesta caro.
Con buenas prácticas, formación adecuada y seguimiento continuo, es posible evitar fallos graves e innecesarios.
Dominar este aspecto técnico es esencial para garantizar obras seguras, duraderas y económicamente sostenibles.
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